De Puerto Varas nos vamos a Valdivia, hacia el norte (unas 2 horas de autobús). Teníamos pensado ir a la isla de Chiloé, al sur, pero el mal tiempo y las 5 horas de trayecto nos hacen desistir. Todo el mundo nos ha recomendado Valdivia, como uno de los puertos importantes del Pacífico.
De nuevo, la carretera austral.
La ciudad fué fundada por Pedro de Valdivia. Posteriormente, como todas las ciudades de la zona, tuvo una fuerte inmigración alemana. en 1960, un terremoto asoló gran parte de la ciudad. En la actualidad es una ciudad pequeña, situada en la confluencia de varios ríos. Al estar muy adentrada en el río, hace que sea un puerto natural perfecto. Toda la ciudad vive del entorno fluvial, del turismo y de los pocos astilleros que quedan.
La gran atracción turistica es el mercado de pescado al borde del río, en él se encuentra todo tipo de pescado y marisco local (que luego comeremos en un guiso) y que no se encuentran en ninguna otra parte: piure, locos, machas….Todos tienen un sabor intenso, muy yodado.
pero sobre todo, lo que concentra toda la atención de los turistas es el el hecho de que allí van a parar los numerosos lobos marinos a coger alguno de los pescados que les dan los de los puestos.
Los lobos integran una colonia de unos 90 ejemplares. Les han construído unas plataformas de cemento junto a la orilla, pero aún así, eso no evita que salten de la plataforma y se vayan a la acera de la calle.
Tienen un cierto parecido a los humanos: utilizan sus aletas, que parecen una mano con sus dedos, para rascarse la barbilla….
Cogemos un barquito que nos lleva por el río Calle-Calle y el río Cau-Cau. A lo largo de la ribera (aquí le llman «la costanera» se ven las casas de estilo alemán de la burguesía de la zona. Se nota que es una ciudad más rica que las de los alrededores.
El paisaje es brumoso, casi como una acuarela. Vemos cisnes de cuello negro, garzas y pelícanos, todo ello sobre la quietud de las aguas.
Después de Valparaíso y Santiago, con tantas clases y actividades, esto es como un remanso de paz. La naturaleza es omnipresente, y toda la ciudad vive de ella.
Nuestro tiempo aquí transcurre placidamente, paseando junto al río, viendo a los lobos marinos, y comiendo marisco.