Llego a Osorno, donde tengo que dar 12 horas de curso. Esta ciudad fué de las primeras que colonizaron los españoles en Chile. Pero no fué una empresa fácil: la guerra con los mapuches fué una constante y, finalmente, los españoles tuvieron que abandonar la ciudad debido a los contínuos asedios, y refugiarse en la vecina isla de Chiloé. La ciudad quedó prácticamente abandonada, hasta que se planificó concienzudamente una fuerte emigración alemana. Hoy en día, la zona parece más alemana que otra cosa: todo está lleno de hoteles Germania, clubes alemanes, y toman kuchen, no pastel.

La ciudad se dedica fundamentalmente a la ganadería: hay vacas y ovejas por todas partes. Compro varias prendas de lana (guantes y bufandas) que hacen artesanalmente las señoras del pueblo. Me explican que ellas mismas tiñen la lana con tintes naturales hechos de los jugos de las frutas y de las hierbas.

Las casas están hechas de tablones de madera, y todas tienen chimeneas como medio de calefacción, lo que hace que el olor a leña esté en todas partes.

Lo mismo que en Valparaíso, aquí también parece que se haya detenido el tiempo. Se intuye una vida tranquila, pero difícil.

La universidad pública juega aquí una importante labor articuladora en un territorio muy disperso. Los estudiantes me hablan de las dificultades de los mapuches para conservar sus tierras originarias, así como su idioma. Esa persecución revierte en una idealización del indigenismo como la Arcadia no contaminada por la cultura occidental, de la que deberíamos aprender para corregir nuestros males. Algo de lo que ya Rousseau entre otros, o Freud, trataron hace tiempo. Mi vena universalista me hace dudar de estos nuevos «orientalismos».

La comida es excelente. Me dedico fundamentalmente a los pescados y mariscos, entre estos últimos las famosas almejas machas a la parmesana, un plato que se repite en todo Chile. Y sin olvidar a los chupes de marisco, una especie de caldo muy espeso de marisco, con queso gratinado por encima. Toda la zona produce cervezas artesanales, por la influencia alemana, además de los inmensos kuchen que toman a la hora de la merienda.

Mientras que estoy en Osorno, se celebra el partido Chile-España. Toda la ciudad sale a la calle a animar a su equipo. Yo no abro la boca para que no se me note mi acento español…..

seguidores del equipo chileno antes de que perdiesen :-p