No podía despedirme de la ciudad sin mencionar los grafittis tan característicos de Valparaíso: es como si en ese espacio público, tan abandonado por el Estado, tan deteriorado, surgieran casi con rabia, pero también con poesía, otras voces que nos hablan de otros habitantes de la ciudad, de una ciudad distinta que aflora por las esquinas y paredes..

Aquí dejo una buena muestra de ellas, para decir hasta el año que viene, que reafirman los versos de Neruda : «Valparaíso, puerto loco».

Volviendo de Osorno podemos ver los Andes: son impresionantes desde el avión. Sólo se ven cumbres nevadas por todas partes. Es inevitable acordarse de la película «Viven» en estos momentos, y cruzar los dedos para que no pase nada.

De vuelta en Valparaíso, ya con pocos días para volver a España. La ciudad sigue sorprendiendo con sus rincones, con sus casas sostenidas a duras penas. Pero se me hace difícil ver cualquier atisbo de romanticismo en la pobreza evidente de las casas, de la gente- Aquí los bienes básicos, como la educación o la sanidad son un negocio privado: por todas partes hay clínicas, farmacias que anuncian los medicamentos más baratos, y la matrícula en la universidad pública es tres veces más cara que en la española. Muchas de las calles de los cerros están sin pavimentar, y no hay mucha diferencia con las favelas de Brasil o México.

Pero a pesar de todo, la ciudad impacta por su fotogenia, con sus vistas espectaculares de la bahía, con las casas de colores de Cerro Alegre, con sus ángulos imprevistos. Por ello, es mejor dejar hablar a las imágenes.

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De Puerto Varas nos vamos a Valdivia, hacia el norte (unas 2 horas de autobús). Teníamos pensado ir a la isla de Chiloé, al sur, pero el mal tiempo y las 5 horas de trayecto nos hacen desistir. Todo el mundo nos ha recomendado Valdivia, como uno de los puertos importantes del Pacífico.

De nuevo, la carretera austral.

La ciudad fué fundada por Pedro de Valdivia. Posteriormente, como todas las ciudades de la zona, tuvo una fuerte inmigración alemana. en 1960, un terremoto asoló gran parte de la ciudad. En la actualidad es una ciudad pequeña, situada en la confluencia de varios ríos. Al estar muy adentrada en el río, hace que sea un puerto natural perfecto. Toda la ciudad vive del entorno fluvial, del turismo y de los pocos astilleros que quedan.

La gran atracción turistica es el mercado de pescado al borde del río, en él se encuentra todo tipo de pescado y marisco local (que luego comeremos en un guiso) y que no se encuentran en ninguna otra parte: piure, locos, machas….Todos tienen un sabor intenso, muy yodado.

pero sobre todo, lo que concentra toda la atención de los turistas es el el hecho de que allí van a parar los numerosos lobos marinos a coger alguno de los pescados que les dan los de los puestos.

Los lobos integran una colonia de unos 90 ejemplares. Les han construído unas plataformas de cemento junto a la orilla, pero aún así, eso no evita que salten de la plataforma y se vayan a la acera de la calle.

Tienen un cierto parecido a los humanos: utilizan sus aletas, que parecen una mano con sus dedos, para rascarse la barbilla….

Cogemos un barquito que nos lleva por el río Calle-Calle y el río Cau-Cau. A lo largo de la ribera (aquí le llman «la costanera» se ven las casas de estilo alemán de la burguesía de la zona. Se nota que es una ciudad más rica que las de los alrededores.

El paisaje es brumoso, casi como una acuarela. Vemos cisnes de cuello negro, garzas y pelícanos, todo ello sobre la quietud de las aguas.

Después de Valparaíso y Santiago, con tantas clases y actividades, esto es como un remanso de paz. La naturaleza es omnipresente, y toda la ciudad vive de ella.

Nuestro tiempo aquí transcurre placidamente, paseando junto al río, viendo a los lobos marinos, y comiendo marisco.

Tolkien definió la Tierra Media como ese paraje idílico donde habitan los hobbits, con granjas humeantes y paisajes ondulados. Eso es lo primero que me ha venido a la cabeza al ver los paisajes de la región de Los Lagos. Un coche de la universidad nos lleva de paseo por la zona. Vamos por la carretera austral, de Osorno a un pueblo que hasta en el nombre también parece sacado de Tolkien: Frutillar. Pero en vez de hobbits, aparecen los alemanes de nuevo. Es difícil pensar que estamos en Chile.

Bordeamos el lago Llanquihue, que es el tercero más grande de Latinoamérica.

Junto al lago están los grandes volcanes nevados. Lamentablemente, el tiempo es malo, con lluvia y neblina, así que no se puede ver la mole inmensa del volcán Osorno a los pies del lago. Pero dejo una foto de internet, en el que se ve el paisaje en un día claro.

De nuevo, en toda la zona, la influencia alemana es muy grande: en los nombres, la arquitectura de las casas, la comida…..

Lo que más llama la atención es la arquitectura de madera de las casas, tan parecidas a  las de los Alpes, con revestimiento de madera y pintadas en ocasiones de colores.

Nos vamos hacia Puerto Varas, al borde del lago. El clima sigue lluvioso y gris, lo que le dá un aire más alemán si cabe.

Es domingo y todo está prácticamente cerrado, salvolas tiendas de ropa para deportes, ya que Puerto Varas es una de las salidas para las excursiones hacia el sur patagónico.

el hotel en Puerto Varas

curiosa cabina telefónica

Hacemos una excursión por la zona, a los saltos del Petrohué, a los pies de los volcanes nevados. Los lagos imensos se suceden uno tras otro: LLanquihue y lago de Todos los Santos. Llendo de uno a otro, en una ruta combinada de autobús y barco, se atraviesan los andes y se llega a Bariloche, en Argentina. Le llaman «navegar la cordillera». El mal tiempo nos impidió hacerlo esta vez, pero el año que viene será algo para hacer sin duda alguna.

los saltos del Petrohué, con el volcán nevado al fondo

el lago de Todos los Santos

aguantando el frio y la lluvia

Llego a Osorno, donde tengo que dar 12 horas de curso. Esta ciudad fué de las primeras que colonizaron los españoles en Chile. Pero no fué una empresa fácil: la guerra con los mapuches fué una constante y, finalmente, los españoles tuvieron que abandonar la ciudad debido a los contínuos asedios, y refugiarse en la vecina isla de Chiloé. La ciudad quedó prácticamente abandonada, hasta que se planificó concienzudamente una fuerte emigración alemana. Hoy en día, la zona parece más alemana que otra cosa: todo está lleno de hoteles Germania, clubes alemanes, y toman kuchen, no pastel.

La ciudad se dedica fundamentalmente a la ganadería: hay vacas y ovejas por todas partes. Compro varias prendas de lana (guantes y bufandas) que hacen artesanalmente las señoras del pueblo. Me explican que ellas mismas tiñen la lana con tintes naturales hechos de los jugos de las frutas y de las hierbas.

Las casas están hechas de tablones de madera, y todas tienen chimeneas como medio de calefacción, lo que hace que el olor a leña esté en todas partes.

Lo mismo que en Valparaíso, aquí también parece que se haya detenido el tiempo. Se intuye una vida tranquila, pero difícil.

La universidad pública juega aquí una importante labor articuladora en un territorio muy disperso. Los estudiantes me hablan de las dificultades de los mapuches para conservar sus tierras originarias, así como su idioma. Esa persecución revierte en una idealización del indigenismo como la Arcadia no contaminada por la cultura occidental, de la que deberíamos aprender para corregir nuestros males. Algo de lo que ya Rousseau entre otros, o Freud, trataron hace tiempo. Mi vena universalista me hace dudar de estos nuevos «orientalismos».

La comida es excelente. Me dedico fundamentalmente a los pescados y mariscos, entre estos últimos las famosas almejas machas a la parmesana, un plato que se repite en todo Chile. Y sin olvidar a los chupes de marisco, una especie de caldo muy espeso de marisco, con queso gratinado por encima. Toda la zona produce cervezas artesanales, por la influencia alemana, además de los inmensos kuchen que toman a la hora de la merienda.

Mientras que estoy en Osorno, se celebra el partido Chile-España. Toda la ciudad sale a la calle a animar a su equipo. Yo no abro la boca para que no se me note mi acento español…..

seguidores del equipo chileno antes de que perdiesen :-p

Santiago, ciudad fría, lluviosa, contaminada, con grandes parques y autopistas. Lo primero que llama la atención es la vista constante de la cordillera andina: da igual hacia donde mires, siempre aparece la muralla nevada al final de la calle.

Llueve y llueve, y las casas no tienen calefacción. Pero al menos, sus grandes calles rebosan de cafés y restaurantes. Realmente me da poco tiempo a ver la ciudad, tendré que dejarlo para el año que viene. De aquí salgo en avión para Osorno, en la región de Los Lagos.

Santiago desde el avión, envuelta en la contaminacion

Valpararíso es una ciudad laberíntica y poliédrica. No hay una visión «única» de la ciudad. Desde cada cerro se contempla una ciudad distinta. Entre ascensores, cerros, callejas, pasadizos etc, es fácil perderse. Sobre todo porque no hay una frontera clara entre los cerros. Por ello, pensé que necesitaba conocer algo más la ciudad, y contraté un tour privado. Leo fué mi guía, explicádome por el camino historias de esta ciudad atípica.

Así, entre escalones y perros que nos seguían, fuí viendo la capacidad de reciclaje que tiene esta ciudad: de un contenedor metálico hacen un macetero, de unos alambres, una escultura, de un sillón viejo, un espacio urbano.

La ciudad aparece, finalmente, compuesta por diversas capas: la ciudad emprendedora del XIX, la de la influencia inglesa y alemana, la ciudad gris de la dictadura, con el edificio del Congreso de los Diputados que Pinochet instaló, y la ciudad literaria, que permanece en la imaginación de los poetas.

Neruda es aquí un icono de la ciudad, como lo son también sus ascensores, sus casas de colores apenas sustentadas sobre pilastras de madera, sus perros y su bahía. Neruda, representado ahora en posavasos, camisetas y tazas para consumo de los turistas.

Los ascensores siguen siendo el rasgo más característico de la ciudad. Ahora sólo funcionan unos pocos, pero siguen conservando la maquinaria antigua

Otra característica de la ciudad son las pintadas: toda la ciudad está llena de ellas.

Es una ciudad que sorprende con sus detalles: no tiene una belleza inmediata, sino que hay que buscar por los rincones para poder apreciar una ciudad peculiar.

Ese es el título de una novelita de Amélie Nothomb en la que cuenta que estupor y temblores era lo que debían sentir los súbitos del emperador de Japón cuando estaban ante él. Obviamente no estoy en Japón, pero eso no impide que sienta esos mismos sentimientos: estupor ante esta vida antigua, anclada en el pasado, maniatada por reglas y jerarquías sociales en las que se entrelaza la fuerte influencia de la Iglesia. Una ciudad, Valparaíso, donde lo mismo te encuentras punkies que ya no ves en otras partes, que locales de comida donde te ponen vídeos de Camilo Sesto cantando con Ángela Carrasco. La sensación de tunel del tiempo es díficil de evitar.

Y temblores, literalmente. El pasado domingo, a las 22,30, ya estaba dormida y me despertó un fuerte ruido, como si estuvieran pasando tanques por la calle. La cama se movió lo suficiente para que me quedara paralizada. Me asomé a la ventana, a ver si la gente había bajado  a la calle, pero estaba solitaria. Sólo los perros de la ciudad parecían haber percibido el movimiento con sus ladridos contínuos. Al día siguiente leí que había sido un temblor 4 y pico. Pero aquí ya ni se despiertan.

La facultad de derecho de la Universidad de Valparaíso cumplirá su centenario el año próximo. Sin embargo, su edificio actual es de los años 50. Es una construcción toda revestida de pequeños mosaicos, en la avenida que transcurre por el borde del mar y el puerto, la Avda Erráruziz.

El interior es muy curioso, ya que parece un balneario: con paredes revestidas de mosaicos verdes y columnas de mosaicos dorados, con predominio de las curvas y escasez de ángulos rectos: todo muy kistch, y muy años cincuenta: Almodóvar sería feliz aquí.

Mi despachito está en un pasillo pequeño (también verde) donde se sitúan algunos de los despachos de los profesores.

Como me comentan aquí, la pobreza chilena se reviste de austeridad, lo que no está mal para una universidad pública que sólo recibe el 12% de su presupuesto del Estado. Lo que más me gusta de mi despacho son los mosaicos del suelo y la luminosidad que tiene. Desde los ventanales veo el mar y los barcos.

Es una facultad pequeña, con 600 alumnos y 60 profesores. Tienen una biblioteca aceptable y la editorial de la universidad tiene un buen catálogo. La universidad se ha adjudicado 7 de los programas del gobierno chileno por medio de los cuáles yo estoy aquí, aunque el único de Ciencias Sociales es el mío, los otros son de biología marina y otras ciencias. La semana que viene empiezo las clases, vamos a ver qué tal…..

VALPARAÍSO,
qué disparate
eres,
qué loco,
puerto loco,
qué cabeza
con cerros,                                   
desgreñada,
no acabas
de peinarte,
nunca
tuviste
tiempo de vestirte,
siempre
te sorprendió
la vida

(Oda a Valparaíso, P. Neruda)

Tiene la ciudad un cierto aire a Lisboa;  ese aire que comparten todas las ciudades portuarias: la humedad en los adoquines, callejones oscuros, almacenes desconchados, muelles de carga….Valparaíso trepa por las laderas en sus innumerables cerros, a los que se llega por ascensores como los de Lisboa. Poco a poco van cerrando los que quedan. De los 50 que había, sólo funcionan ahora 7.

Tengo mi apartamento en el cerro más bohemio, Cerro Alegre: Un conjunto de callejas empedradas, con casa de colores, y donde los vecinos se están dedicando con esfuerzo a rehabilitar el barrio, llenándolo de pequeños bares y tiendas. En la facultad de Derecho se han sorprendido de que esté viviendo en esta zona, porque para ellos es demasiado «bohemia», en un país en donde me temo que el término todavía tiene connotaciones peligrosas.

calle de Cerro Alegre

Una de las primeras cosas que sorprende de Valparaíso es la pobreza: no esperaba encontrarme con una ciudad tan pobre. No he visto (todavía) la pobreza desesperada de Colombia, esta es una pobreza resignada, de aquellos que saben que no van a poder disfrutar de los centros comerciales o lo que se anuncia en TV. Unido a ello, sorprende más todavía los elevados precios: no hay mucha diferencia con España, pero, claro, los salarios no son ni de lejos, similares ¿Cómo vive -sobrevive- entonces la gente? A costa de trajetas de crédito, pago a plazos y endeudamiento. Chile es, en este sentido, como el vecino pobre que vive de cara a la galería, de aparentar riqueza, aunque no tenga para comer. Como dice un anuncio de un banco chileno en grandes carteles: «Si o si, Chile puede».

Sonidos de la ciudad: las gaviotas y los ladridos de los perros. La ciudad está llena de perros vagabundos, que vagan en manadas de 10 o más. He leído en el períodico que hay un plan municipal para exterminarlos, y la ciudad está llena de pintadas contra el exterminio. No se pueden dejar las basuras en las calles, porque los perros las abren ¿De qué se alimentan entonces? Mejor no saberlo. Esta ciudad puede resultar inquietante….

Mi apartamento es como un barco con la proa puesta hacia la bahía: desde cualquier ventana veo el mar y los barcos

mi apto es el último

las vistas son espectaculares. Puerto loco

el amanecer del puerto desde mi ventana